DE LA ISLA Y DE LA DIASPORA | EE.UU-Cuba: La política del cangrejo
Por Lázaro Barredo
El año 2017 comenzó con la incertidumbre de que pasaría con el tibio avance
de las relaciones bilaterales que dejaron las medidas de Barak Obama, y terminó
como la política del cangrejo, en plena marcha atrás y con las muelas adornadas
por Donald Trump para tratar de confundir, como ahora demostró cuando dijo a un
grupo de periodistas que en todo lo que hace “tiene el apoyo del pueblo
cubano”.
Obama dejó entreabierta la puerta de la vecindad con Cuba para matizar la
discordia y los profundos desacuerdos políticos, aunque sin eliminar el
criminal bloqueo, ni la entrega del territorio de la ilegal base naval y
manteniendo el objetivo de cambiar el sistema socioeconómico y político en la
Isla, con otros métodos de acciones de subversión político-ideológica. De todas
maneras, no se le puede restar mérito. Ningún presidente estadounidense en
funciones había manifestado su opinión contraria al bloqueo contra Cuba ni
adoptado una providencia a nombre de un importante sector político para
aminorar la confrontación entre ambas naciones, cuyos progresos demuestran que
es posible encontrar solución a muchos problemas y que podía haberse avanzado
mucho más si no siguieran aferrados a las viejas pretensiones de su política
“de la fruta madura”.
La mayoría de los expertos reconocen con objetividad lo positivo que
resultó sentarse a conversar civilizadamente sobre temas en los que existen
tantas discrepancias, comenzando por el de las reclamaciones estadounidenses
originadas por las nacionalizaciones cubanas, que fueron el pretexto para
justificar la intensidad del conflicto, junto a la demanda cubana por los daños
económicos de esa descomunal agresión de 50 años, pasando por los derechos
humanos, que parten de dos enfoques distintos.
En ese balance no se puede obviar el significativo paso que representó el
restablecimiento de las relaciones diplomáticas, y la decisión de sacar a Cuba
de la lista de países terroristas, donde la Isla nunca debió estar. Igual
ponderación para el establecimiento de la Comisión Bilateral, que permitió
priorizar las áreas de compromiso y cerrar acuerdos sobre protección ambiental,
santuarios marinos, salud pública, investigación biomédica, agricultura,
antinarcóticos, comercio y seguridad para viajar, aviación civil, transporte
directo de correspondencia e hidrografía. Mientras, fueron emprendido diálogos
o discusiones sobre la cooperación en la aplicación de la ley, temas
regulatorios, temas económicos, reivindicaciones legales, y políticas de
internet y telecomunicaciones.
Como más de una vez explicó Josefina Vidal Ferreira, directora general de
Estados Unidos de la Cancillería cubana, el proceso bilateral entre Cuba y
Estados Unidos representó oportunidades para avanzar por primera vez en la
solución de problemas pendientes y obtener beneficios para ambas naciones.
Pero desde su campaña electoral, Donald Trump se mareó en el peligroso
coqueteo con los recalcitrantes dinosaurios políticos de la mafia de Miami y
tras compartir con un extasiado grupo de terroristas y vividores que han hecho
de la política anticubana una industria para recibir dinero del contribuyente
estadounidense, expresó en un teatro miamense: “Con efecto inmediato, estoy
cancelando el trato completamente unilateral de la última administración”.
Muchos se preguntan cómo se pueden tirar por la borda los alcances logrados
en poco menos de dos años por ambas naciones con 22 acuerdos, 16 de ellos en
materia de cooperación en diversidad de áreas, los 57 encuentros técnicos y
acciones en temas de interés común. Además, 25 diálogos políticos que
permitieron intercambiar criterios bajo el respeto a las diferencias.
Lo sintomático esta vez es que en 55 años no se había visto tanta oposición
en Estados Unidos a una decisión presidencial contra Cuba. Como expresó un
editorial del diario The New York Times, la administración Trump
debiera tomar en cuenta el sentir de una gran coalición que incluye
legisladores de ambos partidos, empresarios, académicos, medios y numerosos
ciudadanos de origen cubano, pidiendo que la Casa Blanca continúe el camino de
la normalización en los vínculos con la Isla. Es tal el rechazo a la directiva
y el discurso del presidente Trump que un funcionario de su administración
reconoció: “no se puede meter de nuevo al cien por ciento del genio en la
botella”.
Trump no solo ha estado cargado de una ofensiva y anticuada retórica, sino
también ha incentivado situaciones e historias falsas, como el pretexto de la
“agresión acústica” para eliminar los progresos diplomáticos alcanzados y dañar
más aún la relación bilateral. Ante la nueva invención estadounidense, se
levantaron los testimonios de personalidades del mundo científico para probar
que la esta administración miente deliberadamente con su denuncia de que 24
diplomáticos o parientes de estos en la Isla sufrieron “ataques” con un arma
sónica desconocida que les provocó afecciones de salud. “Es hora de que digan
la verdad o presenten evidencias”, conminó el canciller Bruno Rodríguez a los
voceros estadounidenses durante un encuentro con la prensa en Washington.
Luego, para crear nuevas dificultades internas mediante medidas que buscan
el desgaste y la erosión de la población, aunque en las absurdas intenciones de
aislar más a nuestro país también arreció sus represalias contra los ciudadanos
norteamericanos en el comercio y sus viajes a la Isla. Por eso no asombra que
la administración Donald Trump vuelva a retomar la torpe idea de que con
represalias se destruye una nación. Eso lo evidencia su prohibición para que
empresas y ciudadanos norteamericanos puedan realizar transacciones financieras
con cerca de 180 entidades cubanas, con decisiones que solo se explican por una
lujuria anticubana donde los estadounidenses no podrán hospedarse en 83 hoteles
(casi virtualmente el Patrimonio Histórico de La Habana Vieja les estará
vedado) ni podrán visitar decenas de comercios, compañías turísticas,
establecimientos diversos e inclusive cometen delito si compran algunos
productos como refrescos o ron.
En su obsesión de castigar al pueblo cubano con una persecución política
sin precedentes en más de medio siglo, las administraciones siempre sancionan a
los propios ciudadanos norteamericanos, que han sido rehenes de esa política de
agresión. Como dijo uno de los consejeros de Trump, los ciudadanos de esa
nación que vayan a Cuba de turismo a beber mojito y su viaje no sea con un fin
educativo o religioso, de los que están permitidos, recibirán sanciones: “Habrá
consecuencias. Eso va a cambiar”.
Varios sectores norteamericanos han resaltado que Trump impuso estas
sanciones para complacer a los congresistas de origen cubano, y recuerdan sus
peleas con Marco Rubio durante las primarias presidenciales, que degeneró en
insultos infantiles, como cuando Trump llamaba al senador por Florida “Pequeño
Marco”, mientras Rubio se burló del magnate asegurando que tenía un pene
pequeño.
Pero ambos después hicieron del tema cubano un asunto de política bilateral
y a principios de año Trump comentó a periodistas que compartió con Rubio una
cena donde “tuvimos una discusión muy buena sobre Cuba, porque tenemos ideas
muy similares sobre Cuba”. En compensación, poco después, el senador
republicano de Florida Marco Rubio defendió al presidente en la esperada
audiencia senatorial con el exdirector del FBI, James Comey, al cuestionarle
por qué no hizo público que el mandatario no era una persona de interés en la
investigación del ‘Rusiagate’, con lo cual cambió completamente el giro de la interpelación.
El hecho es que 2017 termina con el intento del gobierno estadounidense de
crear obstáculos insalvables entre ambas naciones, mientras Cuba proclama su
voluntad de continuar negociando los asuntos bilaterales pendientes con los
Estados Unidos, sobre la base de la igualdad y el respeto a la soberanía y la
independencia de nuestro país, y de proseguir el diálogo respetuoso y la
cooperación en temas de interés común.
FUENTE: Revista Bohemia
Comentarios
Publicar un comentario