DE LA ISLA | La nueva táctica para conseguir medicinas en Cuba

Una red ha nacido para no depender de la venta estatal
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LA HABANA, Cuba.- Pasada la medianoche del 6 de enero, Lidia —residente en el municipio Centro Habana— recibió una visita inusual. Con mil disculpas y la voz entrecortada por una crisis de asma, una vecina llamó a su puerta para preguntarle si podía cambiarle un inhalador de Salbutamol por una cajita con tres blísters de Dipirona, el analgésico más popular e inocuo de cuantos se comercializan en Cuba.
Dada la intermitencia de ambos productos en las farmacias cubanas, la urgencia de una de las partes devino oportunidad para que las dos mujeres resolvieran sus respectivos problemas. El caso de Lidia es apenas un ejemplo de la red de intercambio de medicinas que los cubanos han iniciado espontáneamente, para no depender de la venta estatal ni quedar a merced de los usureros del mercado negro, donde un blíster de Dipirona puede costar 15 pesos, y un inhalador, 30. Para jubiladas como Lidia y su vecina, cuyas chequeras no superan los 240 pesos mensuales, tales precios son inaccesibles.
A lo largo de 2017 fue noticia la escasez de medicinas en Cuba, un fenómeno atribuido a impagos del gobierno, insuficiencia en la producción nacional e irregularidad en la importación de materias primas. Varios incidentes se produjeron en las farmacias, que no dan abasto para tanta población necesitada y continúan figurando entre los principales puntos de desvío de medicinas hacia el mercado negro, práctica desarrollada y sostenida tanto por los dependientes como por el personal administrativo.
El reconocimiento del problema por parte del gobierno cubano no garantiza la aplicación de una solución inmediata y estable, pues se estima que aproximadamente el 85% de los recursos utilizados por la industria farmacéutica son importados. Lejos de recuperarse, la producción nacional se mantiene estancada y se ha tornado difícil satisfacer incluso las prioridades (enfermos de cáncer y VIH).
Ante la imposibilidad de hallar remedio por la vía estatal, muchos cubanos han retomado el método feudal de cambiar “algo que se tiene por algo que se necesita”. En este “toma y daca” aplicado a las medicinas, el top ten de los más buscados incluye analgésicos (Dipirona, Paracetamol), antihipertensivos (Enalapril) y antidepresivos (Alprazolam); pero también ha crecido la demanda de Omeprazol, Ranitidina, Penicilina, Aspirina, Piroxicam y el Complejo Vitamínico B, en formato inyectable.
Algunos de estos medicamentos entran en la categoría de “Controlados”; pero el desconocimiento y la desesperación por encontrar alivio han provocado que la gente los utilice para remediar malestares temporales, sin considerar los efectos secundarios. Si bien el gobierno no publica información ni estadísticas sobre el tema, la adicción a ciertos fármacos ha aumentado entre la población cubana adulta.
El Tramadol, un potente analgésico derivado del opio que se utiliza para aliviar dolores comúnmente causados por el cáncer o enfermedades reumáticas, está siendo empleado —sin prescripción de un facultativo— para tratar neuralgias, jaquecas simples o dolor lumbar. Por vías no convencionales este medicamento está llegando a personas que no lo necesitan, y su consumo entre adultos jóvenes eleva la posibilidad de que la adicción temprana a sustancias opioides se convierta en un grave problema social y de salud.
La ausencia de fármacos para calmar malestares corrientes, agudiza el desorden y la irresponsabilidad que reinan en la sociedad cubana, donde la gente prefiere automedicarse que hacer una fila para preguntarle al médico si es aconsejable tomar o no determinadas píldoras.
Esta suerte de insurgencia ciudadana es, además de poco ortodoxa, muy contraproducente; pues la corrupción de los activos en cada eslabón de la industria farmacológica, sumada a la falta de control por parte del gobierno y la creciente negligencia doméstica, ha contribuido a la proliferación de incidentes relacionados con la ingestión de fármacos que involucran a menores de edad.
Así como intercambian medicinas, las personas ofrecen consejos sobre la manera de usarlas y en qué cantidad; un gesto de inocente y peligrosa solidaridad entre ciudadanos que cada día viven con angustias, dolores y malestares reales, resultantes de la carga laboral excesiva, la mala alimentación y el nivel de estrés que supone vivir en una sociedad donde ningún esfuerzo es coronado con éxito al final del día.
Fuente: CUBANET

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