DE LA ISLA | HOMENAJE A JOSÉ TEY EN EL ANIVERSARIO 61º DE SU MUERTE
Humberto J. San Pedro Soto |
Hay personas y hechos que lo marcan a uno para toda la vida. Ya sea un ser
querido que perdemos a destiempo, ya un desencuentro con una pareja muy
apreciada, ya un maestro con el que tuvimos una relación muy especial…
Concretamente, les hablo de un maestro, un maestro que llenó por un curso
el puesto que debía haber ocupado mi padre, padre que se fue de casa cuando yo
era muy pequeño aún y del que por varios años supe poco; un maestro que me
enseño a jugar beisbol, que me trasmitió su gusto por el baloncesto, con el que
aprendí a remar y sobretodo un maestro que más que mi maestro fue mi amigo y
que siéndolo me enseño también el valor de la amistad.
Dos circunstancias concurrieron en este caso, ese maestro murió a
destiempo, apenas tenía 24 años y su muerte fue, además de inesperada, violenta
y de ella supe a través de una foto sobrecogedora. Una foto en blanco y negro
que vi en un periódico local de Santiago de Cuba. En ella se veía a Pepito, así
se llamaba mi maestro, con un uniforme oscuro –después supe que era de color
verde olivo--, tirado en la calle, en medio de un charco de sangre enorme, más
oscuro aún que el uniforme que llevaba puesto, que contrastaba con la tez de su
cara y de sus manos, que siempre fue muy blanca, blanco que la muerte había
acentuado para hacer más dramático el contraste.
Lo que les narro inspiró un relato que, en su momento, me valió un premio
en un concurso nacional de cuentos. Relato que, además, ha sido publicado en
dos antologías y en un tabloide cultural en México.
A continuación,
comparto con ustedes dicho relato:
EL VIAJE
Por Humberto J. San Pedro
A Pepito Tey,
Maestro.
“Armas de todos los calibres vomitaban fuego
y metralla. Alarmas, sirenas de los bomberos, del cuartel Moncada,
de la Marina. Ruidos de aviones volando a baja altura. Incendios por toda
la ciudad... Fueron momentos angustiosos. Tres compañeros de los mejores
hermanos de ideales, habían dejado su sangre generosa regada por las
calles de Santiago heroico.”
(Frank
País García sobre los sucesos del 30 noviembre de 1956)
--0--
Ayer no me dejaron ir al colegio, y hoy
tampoco. No estoy enfermo, pero dice mamá que no se puede salir, que la cosa
está que arde. Agustina sí viene a trabajar, aunque ayer llegó tarde. Vino
después que los tiros se acabaron, y se pasó todo el día metida en la cocina.
Salió al patio dos o tres veces, pero cuando sentía los aviones se ponía las
manos en la cabeza y corría a meterse en la cocina, dando gritos. Eran dos
aviones, un Catalina y un B-25. Pasaban pegaditos
al techo, con tremendo escándalo. Yo estuve toda la mañana mirándolos, pero no
los vi tirar tiros ni bombas. Nada más pasaban bajito, y cuando parecía que
iban a chocar con la azotea de la escuela de al lado, subían y enseguida se
perdían, y al ratico volvían a pasar. Mamá dice que en cuanto se calme un poco
la cosa, nos vamos para Bayamo; que el abuelo ya ha llamado dos veces, y que va
a mandar a Juventino con la máquina a buscarnos. Mamá le tiene un miedo del
carajo a los tiros. Ayer se pasó la mañana sentada en una silla en el comedor
--donde estoy yo ahora--, y cada vez que sonaba un tiro daba saltos en la
silla. Y cuando los tiros se calmaban se ponía a gritar que esta gente estaba
loca, y que la iban a volver loca a ella. Entonces los tiros volvían a empezar
y ella a temblar en la silla, y ya no hablaba más hasta que los tiros no se
calmaban. Ahora está prendida del teléfono otra vez --aquí cerquita, casi al
lado mío--, llamando al abuelo para que nos mande a buscar: tiene la cara llena
de sudor y se está tapando un oído con la mano derecha y habla muy alto, tanto,
que Agustina --que estaba metida en la cocina, al final de la casa-- se ha
asomado a ver qué le pasa. Yo no quiero ir a Bayamo, ni quiero seguir encerrado
aquí, que estoy aburrido con berocos. Adonde quiero ir es al colegio. A mí me
empezó a gustar el colegio el día que Veneno le puso al maestro las fotos de
mujeres en cueros en la gaveta de la mesa: el maestro vino hasta donde estaba
Veneno sentado --detrás de mí-- y se las devolvió, y le dijo bajito que
guardara esas cosas para cuando tuviera más pelos en el cuerpo, y casi nadie se
dio cuenta y entonces el maestro mandó a salir al recreo, empezando por el
último pupitre de la fila de la derecha, que era donde estaba Veneno sentado.
Veneno no lo quería creer, y el maestro lo tuvo que coger por el brazo y
levantarlo para que saliera. Desde ese día yo sé por qué el maestro no se me
parece en nada al cura Vicente, y me gusta ir al colegio y subo todos los días
con Chaguito y con el maestro. La casa de Chaguito queda cerca del colegio. Por
allí paso todos los días, por la mañana temprano, bostezando y estirándome; y
por la tarde tarde, pensando en la Daysi, con miedo de que la
oscuridad llegue antes que yo, y no me deje romper aunque sea una botella, o
meterle un municionazo a un aura de las que bajan a comerse los pellejos que la
negra Agustina tira para el techo cuando prepara la comida --aunque ni ayer, ni
hoy ha habido oscuridad, a no ser por la noche, y yo no he podido tirar ni un
municionazo, porque cada vez que cojo la Daysi y salgo al
patio con ella, mamá pega un grito que se oye hasta en la calle y me dice que
guarde esa mierda, que si yo estoy loco como esa gente, y que si la quiero
volver loca a ella. Por eso, por laDaysi, es que siempre me despido
rápido del maestro y de Chaguito, y subo la loma que jodo para ganarle a la
oscuridad, que si no me quedaba a hablar un poco más con el maestro; aunque no
sé si a él le gustaría que yo me quedara, porque parece que al maestro le gusta
meterle de vez en cuando un municionazo o un pellet a un aura, o a una botella.
Lo he oído a veces hablando con Chaguito de que antes de empezar el repaso, van
a tirar al blanco un rato, que la casa de Chago tiene un patio emberocado para
eso. A mí, lo que me jode es que no me invitan a tirar con ellos, porque
Chaguito tiene una escopeta de pellets y la mía es de municiones, y por el
barrio el único que tiene de pellets es Manolito Cabezón, que es un chivatón y
no se la presta a nadie. Cuando el curso empezó, yo subía solo, pero después
empecé a subir con el maestro y con Chaguito. Fue el día de las fotos que le
puso Veneno en la gaveta de la mesa: yo sabía que el maestro repasaba a Chaguito
después de las clases, y me paré en la puerta del colegio a velarlos; cuando
salieron los dejé pasar y enseguidita salí yo y me les pegué; y como el
maestro nunca me ha dicho nada por eso, yo me sigo pegando y así converso un
rato con él. Ya mamá colgó el teléfono y empezó otra vez con la jodedera de que
dice el abuelo que va a mandar a Juventino con la máquina a buscarnos, que en
cuanto la cosa se calme un poco nos vamos para Bayamo. Me dan ganas de mandarla
a callar y de decirle que yo no me quiero ir para ningún Bayamo, que mañana el
maestro nos va a llevar a Renté a jugar pelota y a remar, pero tengo miedo de
que, con lo agitada que está, me vaya a meter un pescozón. Como el día del acto
de fin de curso del año pasado, que también estaba muy agitada porque yo había
cogido el penúltimo puesto y nada más me dieron una medalla --la de asistencia.
La vieja salió del teatro con una cara de tranca del cará y diciendo que yo la
había abochornado delante de todo el mundo, que tenía que estudiar más; y yo le
dije que no peleara más, que se parecía al cura Vicente, y me tiró un pescozón
que si me agarra me arranca la cabeza. Aunque yo creo que este año la voy a
complacer y no se va a abochornar en el acto de fin de curso, porque todos los
meses me he ganado el diploma de Excelencia y eso que no estoy estudiando tanto
como el año pasado. Chaguito sí sigue igual, parece que va a coger el último
puesto otra vez, y eso que el maestro va todas las tardes a su casa a
repasarlo. Desde ayer quiero llamarlo para ver si él tampoco está yendo al
colegio, pero mamá no me ha dejado. Dice que me esté tranquilo, que nadie está
yendo al colegio y que yo por buen tiempo no voy a volver a ir. Y yo nada más
pensando en la excursión a Renté, que se me va a joder si la vieja sigue con su
agitación y su llamadera a Bayamo. Tenemos un juego casado con los del 6to. A y
el maestro dijo que seguro les íbamos a ganar, y que después del juego nos iba
a llevar a remar, que era bueno que aprendiéramos a remar, y es verdad que
desde que empezó el curso él nos está enseñando y a mí me gusta cantidad. Ahora
mamá está abriendo la puerta otra vez. A cada rato la abre, despacito, se asoma
a la calle, y enseguida la vuelve a cerrar, también despacito, y se va para la
cocina a bretear con Agustina. Pero la siento que tira la puerta, y la veo que
viene caminando muy aprisa y gritando que ahí afuera está un carro lleno de
"tigres", que hay uno apuntando con una ametralladora para la puerta
y que así nunca nos vamos a poder ir para Bayamo, que esos locos han revuelto a
los "tigres" y que le parece que el de la ametralladora es el
mismísimo Masferrer en persona; y cuando me vengo a dar cuenta lo estoy
diciendo: le estoy diciendo que se calle de una vez y que no chive más, que yo
no quiero ir para ningún Bayamo, que mañana me voy a jugar pelota y a remar con
el maestro, y que la que parece una loca es ella. Y se me para delante y yo
bajo la cabeza para esquivar el pescozón. Pero no, no me tira el pescozón, sino
que se va para la cocina y la siento discutiendo con Agustina --y no sé qué se
le ha metido a Agustina porque nunca la había oído discutiendo con mamá--, y la
negra que no y ella que sí, hasta que sale. Sale y atraviesa el patio con un
papel doblado en la mano, entra en el comedor y se me planta delante. Desdobla
el papel y me dice que lo mire, sí mira, mira a ver quién está loco, anda
míralo, míralo para que veas por qué te tienes que ir para Bayamo. Y me pone el
papel --que es un periódico-- en la mano, y yo lo miro, y me encuentro con una
foto en la que todo es negro: la ropa, el rifle, la calle y la acera alrededor
de la ropa y el rifle. Todo negro, todo oscuro menos la cara y las manos, la
cara y las manos blancas, muy blancas... Y el negro es blanco, y el blanco
negro, borroso, gris... Todo gris. Y me estrujo los ojos --que quiero ver bien
la foto-- y los dedos se me mojan. Entonces siento las lágrimas que me bajan
por los cachetes y veo que la foto se está mojando, y me dan ganas de decirle a
mamá que el maestro no es ningún loco, que es un tipo chévere, chévere de
verdad. Y se lo voy a decir, coño, pero cuando la busco no la encuentro. Ya no
está parada frente a mí. Ahora está sentada en un butacón --en la sala--,
también llorando, y voy para allá y le doy un beso y le digo que no llore más y
que llame al abuelo para que mande a Juventino con la máquina.
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