PUNTOS DE VISTA: SOBRE LA MUERTE DE OSWALDO PAYÁ

Enigmas y consecuencias de la muerte de Oswaldo Payá

Por: | 23 de julio de 2012
 
La trágica muerte de Oswaldo Payá, el dirigente de la disidencia cubana con más impacto internacional, en compañía del colectivo de las Damas del Blanco, presenta algunas notables incógnitas. Una son los datos fríos y objetivos del accidente de tránsito que acabó con su vida, detalles que en el momento de redactar esta nota no están suficientemente aclarados. La otra dimensión está acaparada por las consecuencias de la muerte del líder de tendencia democristiana, tanto en el seno de la oposición al régimen, como en el interior del mismo. Ambos temas están íntimamente relacionados.
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El misterio inicial acerca de los hechos, y su inmediata interpretación por parte de su familia y otros opositores, ha sido ya amplificado comprensiblemente por amplios sectores del exilio. El accidente, según estas fuentes, habría sido provocado. La embestida brutal de otro vehículo, por lo tanto, estaría impelida por sectores interiores del país. En un régimen donde impera una seguridad impresionante, donde los delitos de menor y alta cuantía son raros y no hay núcleos que puedan ser calificados como “crimen organizado”, un accidente provocado de tal manera que pudiera ser calificado de asesinato premeditado solamente podría ejecutarse por decisión o tolerancia del gobierno.

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También podría ser reflejo de tensiones interiores y la agresión de la embestida habría sido ejecutada por una corriente de de acción hiperactivista, más allá del “espíritu revolucionario” que todavía impera en la cúpula del poder presidida por Raúl Castro, inmerso en una apariencia reformista. En suma, tanto si el accidente se trata de un ataque frontal como si es producto de la “disidencia” interna “revolucionaria”, el más perjudicado a corto, mediano y largo plazo es el propio régimen, al que no le conviene verse señalado con las manos todavía más manchadas de sangre.                                                                                                                                                                                                                              
Hay que tener en cuenta que la aparición de las diversas variantes de la “disidencia”, a la que no se puede considerar como “oposición”, ya que este papel pertenece a organizaciones con agendas de índole decididamente política, benefició (por darle un calificativo práctico) paradójicamente al propio régimen. Su tolerancia (corregida periódica y selectivamente con arrestos y prisión) le servia al régimen para presumir de un liberalismo en realidad inexistente. El hecho de que los propios dirigentes disidentes, especialmente los más conocidos, tuvieran cierta libertad de movimiento le servía al castrismo de coartada. Recuérdese que el propio Proyecto Varela, inspirado por Payá, presentado en el contexto de la visita de Jimmy Carter en 2002, por que se proponía la aplicación de la propia constitución en la liberalización del régimen, no fue respondido por una represión sumaria, aparte de la declaración del parlamento cubana de considerar la “revolución” irreversible.                                                                                                                       


 La publicidad de las acciones de algunos líderes (Damas, el mismo Payá, Elizario Sánchez Santacruz, algunos socialdemócratas) eran moderadamente represaliados con restricciones interiores y prohibición de viajes al exterior, pero en esos casos no se cruzaba una sutil línea roja en el vecindario de asesinato, prisión, “desaparición”. La excepción fue la desproporcionada medida de 2003 con las sentencias contra más de setenta opositores, que a la larga fue considerada como una contraproducente, con el desenlace de la liberación con el apoyo de la Iglesia y el gobierno español.

Ante novedosas medidas de reprimenda por parte de algunos gobiernos extranjeros, la Unión Europea y sobretodo el gobierno español, además de la sistemática política de las sucesivas administraciones norteamericanas, el régimen cubano contestaba con un calculado diente por diente. La Posición Común inspirada por el gobierno de Aznar en 1996 proporcionó al régimen cubano la pretendida aparición del “segundo embargo”. Si las decisiones de la UE en el 2003 implicaban la invitación a los disidentes a las fiestas nacionales en las embajadas, el régimen contestaba con el boicot, en lo que se convirtió en la llamada “guerra del canapé”. Si las diplomacias europeas expresaban deseos explícitos de visitas a la disidencia, el castrismo no contestaba al teléfono y se generaba una ruptura virtual del vínculo diplomático. Al final, el diferendo se resolvía por contactos directos, efectivos y discretos, con la consiguiente canalización de ayuda. El papa Benedicto XVI se adhirió a ese pacto. Un hipócrita modus vivendi era la solución.
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Por estos motivos la interpretación de que el accidente ha sido parte de un guión redactado por la dictadura cubana y ejecutado por sus agentes no se sostiene lógicamente. Tal medida, tanto de probarse como de quedar colgada en las sospechas, solamente tendría una victima (aparte del propio Payá y su compañero pasajero): el régimen presidido por Raúl. La acciones de la disidencia no se pueden comparar en peligrosidad para la supervivencia del régimen con la gravísima crisis económica, delicada situación social con la tenaz (re)aparición de las clases sociales, los huracanes y la dependencia de las ayudas del régimen de Hugo Chávez, en precario estado físico y afectado de interrogantes políticos. Pero, de confirmarse la interpretación de la confabulación y connivencia del régimen, tal estupidez política apuntaría a una extrema debilidad interna del propio sistema, de consecuencias impredecibles.

En cuanto a las consecuencias de la propia desaparición de Payá, es obvio que el movimiento de la disidencia ha perdido un sólido pilar, que disfrutaba de un prestigio insuperable. Que el Parlamento Europeo (dominado, hay que decirlo, por el sector del Partido Popular que cobija al democristiano) le concediera el Premio Sajarov y que el régimen castrista le permitiera viajar a Estrasburgo y otras Paya-uecapitales europeas, no son nímios detalles. Surge ahora con mayor fuerza la pregunta de si los diversos núcleos de la disidencia tienen el potencial de convertirse en sólidos grupos políticos que algún día sean llamados “partidos”. Se ignora cuál puede ser el futuro del Movimiento Cristiano Liberación (MCL), sin su líder natural.

No tienen una labor fácil, especialmente si persisten la infiltración del propio régimen y la división interna, lógica consecuencia de la variedad de corrientes ideológicas. Con un mundo exterior (sobretodo el europeo) precisamente atenazado por la estupefacción de los ciudadanos hacia la ineficiencia de los partidos políticos, el futuro de la disidencia en Cuba está más que nunca sujeto a los esfuerzos interiores


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